Entre cada entidad federativa existen disparidades en el acceso a recursos didácticos, escuelas con infraestructura digna y a enseñanza de calidad que limitan la permanencia escolar y los aprendizajes.
A lo propiamente educativo se añaden los contextos sociales: la inseguridad, que rodea los planteles de zonas con altos índices de violencia, y la migración, además de las condiciones laborales del magisterio. El resultado es una triste disparidad: los estados y grupos más vulnerables tienen menos posibilidades de llegar al bachillerato o a la universidad.
Clases a pesar de todo
Desde el estado de Chiapas, la profesora Ingrid se mantiene convencida de que la vocación docente mueve montañas. Inició su carrera dando clases de matemáticas, biología y química en una secundaria de Frontera Comalapa, un municipio chiapaneco que colinda con Guatemala, de unos 80,000 habitantes. Pertenece a la región Sierra Mariscal, una zona marcada por la violencia debido a enfrentamientos entre grupos criminales por el territorio.
En medio del terror por constantes extorsiones, balaceras y desplazamientos forzados, Ingrid logró que sus alumnos le entraran a las ciencias y hasta resultaron triunfadores en un concurso de divulgación científica.
“Para mí era muy grato ver cómo los chavos preferían estar en la escuela desarrollando un proyecto y no estar haciendo otras actividades”, destaca.
No es un logro menor en el estado con el mayo rezago educativo del país, con un tercio de su población (1.8 millones de personas). También tiene la esperanza de escolaridad más baja. Quienes nacen aquí estudiarán, en promedio, 12.1 años, es decir, hasta la secundaria. Por eso Ingrid celebra a sus alumnos que logran ingresar a grandes universidades públicas en México, donde solo uno de cada tres estudiantes de primaria llega a la universidad.
Estudiantes en movilidad
En 2024, Ingrid asumió la dirección en el turno vespertino de la Escuela Preparatoria "Eduardo Javier Álvarez González" de Tapachula. En este otro municipio fronterizo se encontró con un gran reto: la integración a clases de alumnos migrantes.
Al principio, reconoce, tuvo dudas. “Lo que menos quería era que hubieran cuestiones de discriminación, de segregación”, explica. Sin embargo, decidió que ningún estudiante debe quedar fuera de la escuela por cuestiones administrativas. Así que permitió que dos alumnos de Nigeria tomaran clases. Una ventaja es que los adolescentes hablan español porque cursaron la educación básica en Ecuador y, aunque es un gran desafío, afirma que la comunidad escolar los ha recibido con entusiasmo. Esta acción inspiró a otras escuelas que ahora también permiten la entrada de estudiantes migrantes.
Ante el aumento de la migración infantil, los profesores de la frontera sur buscan garantizar el derecho a la educación de estos menores con sus propios esfuerzos y crearon el Programa de Educación Migrante del estado de Chiapas, que actualmente opera en los municipios de Tapachula, San Cristóbal de Las Casas, Tuxtla Gutiérrez, Palenque y Comitán.
Alrededor de 35 docentes han atendido a 1,300 estudiantes migrantes, provenientes principalmente de El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua, aunque también han llegado de países africanos y de Haití. Las clases se imparten hasta en albergues.
Esta iniciativa permite a los niños y adolescentes continuar sus estudios mientras sus familias realizan trámites migratorios, esperan una resolución o emprenden de nuevo el camino rumbo a Estados Unidos o a sus países de origen. La cancelación del refugio en el país vecino ha dejado varadas a familias entre las fronteras de México.
Tan solo en 2024, las autoridades migratorias registraron casi 139,000 eventos de niñas, niños o adolescentes en situación irregular, 22% más que en 2023.
Para Ingrid, además de la educación, recibir a estudiantes en movilidad también es una muestra de apoyo. “Es importante que los maestros tengamos esto muy claro: sí cambiamos vidas y sí, nuestra función es importante. Una palabra nuestra, la verdad es que sí cambia la perspectiva de los estudiantes, porque las aulas a veces son el único acceso que los estudiantes tienen para transformar sus vidas”, dice.